lunes, 8 de junio de 2009

El silencio



- El silencio – me dice – no esclaviza. – Y yo vuelvo a creerle una vez más. Miro sus ojos, dan miedo, y me giro para ver hacia otro lugar. Tomada de sus manos, pienso, supongo que todo saldrá bien. Pienso en libertad, por que el silencio no esclaviza, deja pensar. Abre las puertas a un mundo libre de distracciones, donde solamente estoy yo, y mi mente.
Aprieta mis manos, y las puertas se cierran. Aprieta mi cuerpo, y las puertas se llenan de cadenas. Me separo, y me apoyo en el alfeizar de la ventana. El olmo en el jardín se ve tan fuerte. A veces me gustaría parecerme a él. Tan imperturbable como las cadenas de mi libertad, que a diferencia de como creía, no desaparecieron con la falta de contacto.
Lo busco, ahora esta a mi lado viendo a través de la ventana, probablemente también a través de mi. Lo detengo con mis ojos. Y su muda boca, y su frío tacto, intentan explicármelo todo, mediante vacías y trilladas muestras de amor.
Me abraza, y apoyada en su hombro, oliendo su perfume comienzo a entenderlo todo. Y ya no necesito que me lo explique, y ya no necesito decirle nada. Y sin embargo, las puertas no abren. Otro grano de noción entra en mi mente. Yo no tengo que decir nada.
Me separa, y las facciones incomodas y algo tristes de su cara me hacen comprender que esta dispuesto a hacerlo.
-Adiós. – dice, besando mi frente, y alejándose; mientras abrazada a mi misma, lleno mi cara de lágrimas. Me doy cuenta de que mis puertas están abiertas, pero ya no quiero salir.

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